viernes, 6 de diciembre de 2019

Terravienta o las fuerzas naturales de Christian Rafael




TERRAVIENTA nos da la bienvenida con estos versos, parte de una primera subdivisión dedicada a la percepción del temprano  amor maternal y la influencia de éste sobre las tentaciones adultas, el dolor y el asombro amoroso: 


Vi
Ahora

(Párpados
en línea alborada a flora descanso
todo es ahora).
Sin temor
ahora es seguro y mañana no importa
...ahora eres tú y mañana no importa
sobre fe y calma... danzas

ahora

Si bien HOJAS Y RAMAS, primera publicación de Christian Rafael, ya nos mostraba el universo de un escritor dado a mirar dentro de sí mismo por encima de cualquier otra consideración, TERRAVIENTA continúa con el enfoque haciendo uso de herramientas antes desconocidas. Es el mismo soldado con una armadura mucho más compleja, tanto en lo mecánico como en lo estético. Ahora, el lenguaje simbólico y abundante en claves personales nos entrega un poemario igualmente fresco, aunque más sólido.



El primer libro suele nacer de la urgencia, mientras que el segundo llega desprovisto de apuros, necesidades incontenibles y frutos que son deliciosos dentro de su cáscara aún verde. (Ahora incluso la cáscara luce en su punto exacto de cosecha). Es lo que hemos observado siempre, y hoy somos testigos de cómo se repite la historia, una a la que nos encontramos condenados a repetir por más que la hayamos analizado de forma exhaustiva.

Así, el poemario nos va despidendo de su primera parte con versos como:

Lazos de gelidés
obertura placer de mortalidad
entregado sobre la noche hondonada.
Tal vez necesite fenecer para sentirte
al penetrar en el esplendor de mi ser.
Al perdurar tu esencia sinuosa
en cada segundo de mi piel.

(La noche del placer sin final)

Y se van cortando de esta forma las declaraciones de amor y dolor, mientras que en otros poemas, los juegos con que Christian Rafael mueve el lenguaje nos conducen a una pausa en el espejo de los propios amores y recuerdos, que suelen confundirse en nuestras memorias con el maquillaje que los años le otorgan para amoldarlo todo a nuestro capricho: no vivimos lo que sucedió, sino únicamente lo que sentimos.

Cabalística onírica
aparta tu piel de la miel de cincel.

Luces como las luces
y me desluces por donde cruces
los arcabuces,
me abduces en mi febril más débil.
           
Empapada alada
revierte mi cal en el abisal sin final.

Yaces entre secuaces
y te renaces en llantos fugaces
sin disfraces por si te alcances
en tu abril menos vil.

El segundo volumen del poemario nos introduce en el universo del amor como forma de renacer. Es sútil en sus palabras, mas no en las emociones que logra en nosotros al materializar ambiciones poéticas como la siguiente:

Paso a paso,
entre lombardos, iremos callados,
fluctuantes en amebas
... somos al delirio onírico.

Sacro en mis manos,
mueves y vives la mejor en DO
sostenido mi mayor movimiento.

            Quienes hemos recurrido en algún momento de nuestras vidas a referentes tan diversos como Eguren, Vallejo y Neruda, reafirmamos aquí cuán universales son los delirios poéticos. Atemporal, musical y siempre resistiéndose a mirarnos a los ojos directamente, el poemario culmina entregándose a los campos de endorfinas donde caemos los humanos al ser arrastrados por una sirena o acaso por el hastío que el dolor emocional produce.



            TERRAVIENTA pasa a ser, entonces, un ejercicio de autoexploración para el autor, mientras lleva a los lectores a reconocernos en él, a recordar vivencias únicas y a segregar los químicos felices propios de un refugio. Como en toda forma de arte, sucede que a la poesía acuden distintos tipos de persona y por una rica variedad de motivos. Quienes viven en ininterrumpida búsqueda de alivio, convirtiendo cada imagen, por más dolorosa que ésta pueda ser, en un fruto dulce de los deseos, hallarán aquí un testimonio digno de atesorar.

jueves, 10 de octubre de 2019

Moridor & otros poemas de Willy Gómez

Moridor & otros poemas: del desajuste o de una afectividad reencontrada.

(Ediciones Cinosargo / Mantra, México, 2019)

Por: Tania Favela Bustillo



Las cosas se congelan como fragmentos
de aquello que fue subyugado; rescatar
eso significa amar las cosas.
Theodor Adorno

[…] sin duda alguna, en las grandes
ciudades vive el ser amado.
En las grandes ciudades, por otra parte,
se está forjando la ruina del mundo […]
Jaime Saenz

Moridor & otros poemas (Ediciones Cinosargo / Mantra, México, 2019) nos propone pensar al poema como un campo de fuerzas en el que participan, de forma simultánea, distintos estratos: lo prehistórico y lo histórico; lo mítico y las fantasmagorías del capital; la deshumanización y la utopía; lo político, lo religioso y lo social. El espacio del poema es también el espacio de la ciudad (Lima): lugar en el que la construcción y la destrucción interactúan fracturando todo sujeto identitario, y mostrando así una identidad en proceso. La proliferación de interacciones dentro del poema permite que el poeta teja, mediante versos largos y flexibles, un ritmo que disloca al sentido, proponiendo una articulación distinta. El problema del lenguaje es entonces uno de los ejes de Moridor: ¿desde dónde decir? Quizás en los siguientes versos hay claves para pensar esa pregunta: “No quiero ser hablador, pero todo puede ser movido”, y más adelante: “pero era un componente del habla lo que deseaba ser movido. / Era una oración con todas las reglas del juego / al principio incomprensibles, / luego claras con los dictados contra la corriente.” Al parecer, lo que debe ser alterado es el significado que yace en las palabras: la “ficción de un lenguaje” que dice desde el poder y la ley, y desde una educación confusa aprendida en las universidades. En vez de la división y el estancamiento (consecuencias de las injusticias sociopolíticas), Willy Gómez Migliaro hace de su escritura una “superficie de atracción” en la que las relaciones entre las palabras se cuestionan, critican y desmontan, para lograr una sintaxis nueva y con ella la resignificación de los vocablos.

Fotografía de Daniela Tarazona.

Pero si nos movemos de la superficie a la raíz, pareciera que el problema que Gómez Migliaro plantea en Moridor & otros poemas va más allá del significado, es anterior o posterior a éste, de ahí el epígrafe de T.S. Eliot que abre el libro y que sugiere otras posibles lecturas, lo transcribo en español, aunque Gómez Migliaro lo introduce en inglés:

Tuvimos la experiencia pero no captamos el significado
Y el acercamiento al significado restaura la experiencia
En forma diferente, más allá de cualquier significado

Se trata entonces de “restaurar la experiencia”, la propia y la de las generaciones pasadas, se trata de pensar cuál es la relación entre los acontecimientos y las palabras, entre las cosas y las palabras, y cuál es, desde ahí, el trabajo del poeta. Lo sensorial se impone en Moridor antes que cualquier relato, y es quizás desde ahí que la experiencia puede ser rescatada y que lo “real” toma de nuevo su lugar. Pienso aquí en lo que el poeta español Miguel Casado escribe sobre la poesía de Rimbaud, lo cito: “…aunque es frecuente que los textos tengan un hilo narrativo, los datos físicos y las atmósferas operan como si se anticiparan siempre al argumento, creándose una doble secuencia argumental, en la que se prefiere la huella de la historia en cada caso a los requisitos del tiempo narrativo […] la autentica historia no es lineal, sino la diseminada, la que vibra en el contraste de los tiempos y en las zonas intemporales” (1). Y las palabras de Casado me llevan directamente a los poemas de Gómez Migliaro, en los que el relato se interrumpe y la narración se desdibuja, mientras los “datos físicos” y “las atmósferas” se intensifican construyendo esa otra secuencia argumental (sin argumento), ese otro plano de sentido que es más un choque, una vibración, una textura lingüística, un impulso que construye, deconstruyendo, una sintaxis personal en la que la indeterminación y la ambigüedad se tocan con lo más concreto y lo más preciso: con los objetos y la cotidianeidad, con ese día a día: el puerto del Callao, el olor de la caña de azúcar y la coliflor saltada, los edificios, las avenidas, los microbuses, el pescado guisado, el pan, un par de latas de cerveza, cigarros, ensaladas y fruterías, una banda de músicos, una máquina de afeitar, láminas de santos, pero también armas, una empresa nuclear, fábricas, casquillos de balas, el color de la sangre inocente; dura confluencia de elementos disímiles que queda clara en los siguientes versos unidos precisamente por una conjunción adversativa: “pienso en un campo de abetos, / pero los capitales oscurecen la obra”, o más adelante: “Al otro lado las heladerías huelen a lúcuma. / Pero debajo del tumulto nuestra imagen / crea su verdor de espuma / ante la intoxicación y el mal gusto.” Y más allá de toda asociación o contraposición, quizás como una forma de esperanza: “el ave de salvación”, “Sicilia”, “los geranios”, palabras-símbolos o palabras-talismán, que generan en los poemas destellos de una afectividad reencontrada.

Tras el tratamiento lingüístico de las diversas realidades a las que apunta este poemario, lo que queda claro, como núcleos semánticos, es la crítica al poder que arrasa con mirada ciega todo lo vivo, y también la relación constante que existe entre lenguaje e ideología, y por ende la necesidad de cuestionarlo y desmontarlo todo. Y además, y quizás sobre todo, Moridor & otros poemas nos confronta con la complejidad de aquello que llamamos realidad. José Revueltas, el narrador mexicano, habla justamente del “lado moridor de la realidad” y la coincidencia, más allá de toda diferencia conceptual, me parece interesante. Quizás Gómez Migliaro nos da en sus poemas precisamente ese “lado moridor”, que según Revueltas es “el movimiento interno de la realidad, su dirección profunda”, “No ese torbellino que se nos muestra en su apariencia inmediata, donde todo parece tirar en mil direcciones a la vez” (2). Se trataría para el poeta peruano de un proceso de construcción en el que el orden y el desorden conviven, en el que la selección y el azar se encuentran en el diseño de sus estructuras poéticas. El poema entonces pone en funcionamiento un proceso de autoorganización que le permite indagar lo que sucede y lo que sucedió desde una conciencia que pone en juego la propia interioridad; de ahí quizás la doble mención de Hamlet. Y al mismo tiempo, la escritura de Gómez Migliaro contiene siempre lo singular de su mirada, un punto de vista que imprime su huella en el tejido de lo colectivo (3). Tal vez por ello el poeta escribe desde un yo y un nosotros a la vez: la primera persona en plural funciona, incluso, como un engranaje entre los tiempos:

Alguien explica y toca al paleolítico moderno.
Alguien nos toca.
Alguien tiene nuestro cuerpo.

El contraste de esos tiempos, lo “paleolítico moderno”, abre esas zonas intemporales de las que hablaba Miguel Casado. Estratos en los que ese “nosotros” y ese “yo” intentan alcanzar a un “tú” o un “ellos” generando una tensión en lo que pudiera ser la posibilidad de un diálogo siempre inconcluso. La comunicación queda quebrada, fracturada, se torna monólogo o flujo de conciencia, de ahí también el desfase en el fraseo del poema y la desviación del sentido.

Si como lo señala Mario Montalbetti: “el poeta es el que asume la resistencia del lenguaje verbal, como forma de pensar, de preguntarse cosas, de cuestionar el sistema, el poder, la autoridad”, Willy Gómez Migliaro se nos presenta en éste y sus subsiguientes poemarios como el gran resistente o el sobreviviente, palabras éstas que en cierta dimensión de la experiencia podrían plantearse como sinónimas.

En suma, la de Gómez Migliaro es una escritura a contracorriente, que se inserta (y a la vez cuestiona) en la tradición de Vallejo, Arguedas, Westphalen, Hinostroza, Cisneros y Guevara (pensando sólo en los peruanos), porque también están Eliot (como ya se vio) y Ashbery entreverado en las líneas de algunos poemas. Y además está Lezama Lima, ese enemigo rumor que impulsa desde abajo la materia poética, y en la conciencia del ritmo que propulsa sus versos, asoma, también, Rubén Darío. Desde esta tradición trazada, Willy Gómez Migliaro se alza como el moridor de una nueva estética: es el hombre tenaz, el Prometeo, que inmerso en lo cotidiano intenta recuperar la experiencia, y desde ésta rescatar la esperanza encerrada en esa caja de pandora que se ha vuelto una forma del canto. En el fondo lo que subyace en Moridor & otros poemas es el amor, el amor a la lengua, pero también a un tú con el que se entabla un diálogo amoroso en el anhelo de que la comunicación se restablezca. No es extraño entonces que hacia el final del libro, el dolor de la mariposa “Sheng Ming” (la vida) cruce las páginas.

(1) Miguel Casado, Un discurso republicano. Ensayos sobre poesía. Madrid: Libros de la resistencia, 2019, pg. 24.
(2) José Revueltas. Los muros de agua. Obras completas 1, “A propósito de Los muros de agua”. México: Ediciones Era, 1978.
(3) Idea tomada del poeta y crítico Miguel Casado, quien en varios ensayos señala la importancia de esa mirada singular que imprime su huella en lo colectivo.

domingo, 1 de septiembre de 2019

El derrotero de Nicola Sabroso Palomino


A Nicola lo conocí como espectador en un recital. Luego, supe que era escritor, militante político y activista por los derechos de los afroperuanos. Aunque no suelo tener en cuenta marcas de la vida personal cuando se trata de reseñar una obra, bien pueden ser éstas un merecido capricho al tratarse de uno de los pocos autores que conozco más allá de las letras y el cyberespacio.

¿Cuántas personas habitan en un individuo? Acaso una sola con facetas disímiles que se superponen una a la otra dependiendo de la urgencia con se ven sacudidas por estímulos internos y externos. La cantidad de personas que somos depende, además, de la percepción que seres extraños perciban de nosotros. Aquí yace, queridos y escasos lectores de poesía peruana, un misterio de la lírica. Se me ocurre que los misterios literarios bien podrían equipararse a aquellos dogmas de la tradición judeocristiana: los clérigos hacen bien en advertirnos que no tratemos de entenderlos, y menos aun de forma racional. Si bien el argumento oficial es el falaz pecado, la evidencia del pragmatismo ha demostrado que abstraerse en dogmas artísticos resulta ser máz falaz aun.

¿Todos estos habitantes de nuestra individualidad gozan de la inherente libertad que damos por sentada como especie dominante del planeta? ¿o es que acaso nuestro libre Dr. Jekyll y el esclavo Mr. Hyde que nos mira al espejo por las noches gozan de grados tan disímiles de libertad que son incapaces de compartir un mismo mensaje? Aquí yace uno de los mayores encantos de la poesía: la consecuencia natural de aquellos misterios que no hace falta resolver.

Nicola Javier Sabroso Palomino.

I

nunca he sido libre
i como jamás aprendí a bailar me
he contentado con soltar alaridos
bramidos rugidos solo captables con SONAR
i luchar porque estos extiendan sus
alas entre las nubes
contaminadas de Lima
---nunca he sido l i b r e
i por eso
me lancé
a la mar
navegante de versos

yo nunca he sido libre
porque navego huyendo
del sol son de cera
pues
las alas de mi barco
de papel
i huyen
despavoridas
de la
caliente lengua
de la
L I B E R T A D

González Prada y Heraud estarían aquí orgullosos de esta conjugación que Nicola ha sabido utilizar de manera subconsciente, pero poderosa e impecablemente escrita, alimentándose de los viejos maestros para plasmar su desarrollo como poeta, lo cual es consecuencia de otro fenómeno recurrente en la poesía: aquello que me agrada llamar el "input contrario". Los autores solemos cargar con un conglomerado de influencias, algunas de los cuales se elevan en los picos de evidentes apus, mientras que otras apenas emergen en la punta de un iceberg (si parpadeamos al leer, no las veremos). Solo cuando nuestros ídolos se topan con una personalidad propia- una que establece fronteras claras entre el panteón literario y la propia escritura creativa- podemos hablar de una voz auténtica. Nicola Sabroso no es Javier Heraud y tampoco es Magda Portal, sino que ha sabido jugar con el canon a manera del buen discípulo que, llegado el momento, "mata" a sus padres literarios para abandonar el hogar y lanzarse a vivir de su propio discurso en el desierto.


Venus y Tannhäuser, por Laurence Koe.
Aún con el sabor a poesía amorosa que abre el poemario, Nicola nos recibe en esta carrera de postas unipersonal donde versos como los siguientes nos introducen a la siguiente faceta:

soi triste grulla
muda ególatra
siempre l i b r e
a la izquierda
de la realidad
que es donde el pueblo
aprende sobre el amor

sujeto a las barandas de la lluvia recuerdo
que son ya unas DIEZ i OCHO sonrisas solitarias
en que nuestras lenguas ofidias
bailan juntas al ritmo del djembe

Enamorado al darnos la bienvenida, el autor se muestra ahora tan político como identificado con sus ancestros. Ya que tocamos el tema de las consecuencias, existe una que viene del pensar en la persona que amamos (y la forma en que amamos). En algun punto de la divagación romántica aparece la resaca de la autocontemplación, generalmente precedida por el autoanálisis adolescente, la autocrítica, las interrogantes y el peculiar ego del artista. Libre como un ave, aunque a la vez callado, Nicola se identifica como hombre de izquierda y lo dice con la suave claridad de quien lejos de imponernos un manifiesto, continúa armándonos el rompecabezas de su primer autorretrato. Añora, tal como extrañamos a los tatarabuelos que jamás conocimos, las tierras tan lejanas por la geografía como ajenas por el poder imbatible del tiempo y la influencia de otras culturas. Y es que resulta inevitable estar armado de un entramado de sangres cuando se nace en el Perú. Las piezas se van juntando y ya dibujan las facciones que esperamos recordar con admiración al terminar un libro. Este test de emociones y paciencia se encuentra, sin embargo, a medio camino. La poesía ya ha demostrado cargar con bellos acordes y el contenido nos ha revelado la letra ¿qué más nos espera en el resto del disco?


William Kentridge, Cabeza (Naranja)
he regresado a casa
soy un Mar en aguas de nadie
i estos precipicios, estas fosas marinas
me reciben ferozmente con su olor a azucenas
recién cosechadas del jardín de las alegrías

la grulla aletea
se alza y toma vuelo
me abandona i ESTOI SOLO
SOLO 

s o l o

(hablando con mis Yo

Derrotero para una travesía interna es un libro complejo en sus ambiciones de primera muestra personal. En él, se han reunido con notorio esmero la vehemencia adolescente, los rasgos de una personalidad ética -en proceso, pero firme- y aquella musicalidad que cada poeta interpreta en su propio estudio de grabación, aquella en la que no solo podemos llamar maestros a nuestros poetas mayores, sino también a los músicos que acompañaron nuestro paso de la infancia a la adultez, y por supuesto, también a las influencias rítimicas más directas, como esas canciones que nos arrullaron en el hogar y las que interpretamos en experimentos pop con los amigos.

La travesía interna de un individuo se abre aquí para todo aquel que tenga oídos para escucharla. Este viaje, bien vale especificar, resulta ser más largo y significativo de lo que suelen ser muchos, ya que la corta edad del autor se desviste de juventud. Me animo a decir, luego de haber conectado con el carácter de la obra, que Derrotero para una travesía interna no se trata de un libro joven.

Al tope de mi garganta un nudo
(de los que te dejan sin habla pero delatan
las verdaderas intenciones de tu ser)
me hacía saber que no había escape
para los preciosos zafiros que brillaban en su órbita.

Le entregué
mi alma
rota

No había duda en que ella sabría unir mis trozos

jueves, 25 de julio de 2019

El lento caer de Iván Adrianzén



"A veces, solo a veces, te despiertas y lees los diarios. Subes al micro, escuchas la bulla, ves tus bolsillos y la realidad golpea en los sueños. Entonces, solo entonces, recurres a la máscara que dibuja una sonrisa irónica. El día es mío, esté contento o no. La vida llega cuando caminas y no cuando te quedas quieto. Lo digo yo, que tengo una piedra en el zapato; aun así, intento sonreír".

Es así que Iván Adrianzén nos da la bienvenida a su primera publicación, luego de una vida entera preparando, sin saberlo, el estilo que definiría su verso.

Dedicado a los quehaceres -hermosos, duros, absorventes- de quienes elegimos tener una familia, pasó más de cinco décadas alimentando al escritor, entonces anónimo, con las lecturas que aparecían en su camino. Es inevitable hallar, de la misma forma en que ciertas personas esenciales aparecen en nuestras vidas, libros que se volverán marcas personales por la fuerza con que nos embisten desde el papel y su imaginario. Cuando estos coinciden con épocas en que experimentamos en el mundo real sucesos y emociones de igual contundencia, hemos ganado una suerte costra que permanece como recuerdo imborrable. No importa, entonces, cuán felices seamos entregando nuestras vidas a nuestras familias, los estudios y el trabajo, la necesidad de escribir va dejando de ser la invitación a un hobby para convertirse en una frustración.

Para quienes apostamos por la seguridad en nuestra escala de prioridades, la creación artística suele comenzar como un divertimiento que escala a pasión y termina volviéndose la carrera que, acaso sin ser conscientes de ello, siempre deseamos y jamás se nos ocurrió colocar en el primer lugar de nuestras vidas. Y es que muchos preferimos postergar nuestro primer libro hasta el momento en que ya hemos cumplido con la mayoría de -o todas- nuestras obligaciones materiales. "La literatura no es para apurados" (Liliana Heker).

Adrianzén aborda el tema en poemas como Me dijeron crece.

Soledad, por Maryam.

ME DIJERON CRECE

Me dijeron crece,
y les hice caso.
Me dijeron estudia,
y les hice caso.
Me dijeron trabaja,
y les hice caso.

Dijeron
“Eres parte de todos,
no pienses por ti
no reclames,
duerme con una mujer,
ten hijos,
enséñales por igual,
edúcalos,
ten una casa,
cómprate un Ford,
adopta a un perro
y vive bien.”

Y otra vez les hice caso.

Pero no dijeron
“Sé feliz”
Eso lo aprendí por mí
cuando dejé de hacerles caso.


Iván Adrianzén.

Este lenguaje conciso se mantiene como una constante durante todo el poemario. Existe en él una batalla entre el mensaje y la musicalidad, ambos siempre midiéndose y cediendo terreno mutuamente en la obra de un poeta. Cuando encajan a la perfección, ya sea de forma orgánica o por arduo trabajo, es que obtenemos la lírica de Vallejo. Otros son, como definiría Enrique Verástegui a Martín Adán, duros. Si bien el sonido no deja de ser armonioso, el afán por plasmar deseos y mensajes en la botella parece ser tan poderoso que no resiste el compás de una canción: tiene que parecerse más al lenguaje del mundo real para fluir con naturalidad. Esos son ríos como Escrito a ciegas o La mano desasida, donde la música no viene de los violines, sino de la percusión. Es ésta la que podemos escuchar en El lento caer a la vida.

La danza del amor y el desamor, una a la que la especie humana ha elevado sus más elaboradas creaciones, se muestra aquí con ese mismo sonido claro y sin efecto alguno de distorsión musical. Haciendo uso de aquello que dejó la experiencia misma, -cuándo embelesó, cuánto dolió- se manifiesta en poemas como Diferentes, donde la simplicidad del ritmo de los versos cortos va dando forma a la canción hasta desembocar en un final tan duro en sonido como en significado: la soledad de un intérprete que recuerda con intensidad, tiene un reclamo en el corazón, así como cierta rabia y -a pesar de todo- conserva aún la esperanza de un amor a todas luces perdido.

DIFERENTES

No eres tú
soy yo
dijo.

Sucede siempre,
recuperan el yo
y se van.

A p r e n d o.

Los dramas
solo prolongan la tristeza.

Al final quedamos
mi inconsciente,
mi ego, mis versos y mi yo.

Juntos hacemos una banda.

Se fue sin mirar atrás,
sin mirarme a la cara,
sin un beso de despedida.

El café está frío,
la tostada negra.

No eres tú
soy yo
pienso

Desayuno,
aún no me despido.


Óleo de Kati Heck.
Encontré en este poema una declaración que encierra el sentir de Adrianzén, el mío y el de muchos escritores por la creación literaria, la razón por la cual persistimos en escribir a pesar de todo.

Los dramas solo prolongan la tristeza, pero aún no nos despedimos.

sábado, 20 de julio de 2019

Walter Velásquez y sus microrrelatos

Pierrot Lunaire, por Paul Klee.
Seguramente conocen a Walter Velásquez por sus poemas, algunos de los cuales forman parte de la reciente muestra poética El mar no cesa (Ángeles del papel, 2019). Ya en ellos se percibe la vocación narrativa, aunque encerrada en las paredes de los versos. A veces, la poesía -instrumento liberador- puede también reclamar su propio terreno y ser más fértil para la lírica que para la fluidez de las historias. Así, el arte poética nos transmite la vivencia de forma mucho más estática que la prosa. Como es usual en la poesía con ambiciones narrativas, el lenguaje en ella canta, gime y conmueve, mas no avanza.

¿Qué sucede, entonces, cuando Velásquez salta los muros de los versos para expandirse por toda una página, haciendo uso de líneas completas, párrafos y la coherencia de aquel lenguaje articulado que la prosa ofrece? Breve, con cierto horror a colocar una palabra de más y revelar demasiado, sus microrrelatos expresan todo aquello que la poesía no alcanza a contener.

Walter Velásquez.
Comencemos con esta muestra que dibuja la silueta de su universo narrativo:


EL POETA ESTÚPIDO

Él solo escribe para llamar la atención. Su objetivo no era ser considerado como uno de los poetas más destacados del país. Utiliza su oficio como un modo de sex appeal, ya que frecuenta los mejores bares para seducir a las chicas, pero ellas ni bola le dan. Él, todo terco, insistía en que le hablen o que se dejen seducir. Llega a un punto donde él se pone agresivo y pesado, pero como moneda de cambio, recibe unas buenas bofetadas. Saliendo decepcionado, ebrio y molesto, pasa por la calle Quilca para recitar ante aficionados al arte y la vida bohemia. Al recitar, uno de los aficionados lo pifia, causando que el poeta estúpido utilice su violencia como arma de defensa. Sin embargo, entre patadas, golpes e insultos, lo dejan tirado mientras, bañado de sangre, agoniza y llora.

Llega a su departamento para, inmediatamente, destruir su refrigeradora y sacar una botella de Ron Cartavio. Mientras bebía desenfrenadamente, comienza a reflexionar sobre su existencia poética en el mundo del arte. Tras terminar su reflexión, se dirige a su ventana para dar el gran salto: el salto a la muerte. Y así, culmina otra ridícula y lamentable historia de otro estúpido poeta.
La caída de Ícaro, por Pieter Buregel.

Quienes hemos tenido la mala fortuna de conocer el sórdido mundo de la bohemia limeña, podemos reconocer aquí al estereotipo del literato de cantina, aquel cuyo narcisimo no encuentra satisfacción en el placer de autocontemplación, sino que necesita de la admiración de sus colegas -y de las chicas cayendo a sus pies- para poderse sentir hombre. Lección número uno del escribidor: no tengan miedo de trabajar con estereotipos, ya que estos existen. Los vemos todos los días y negar su existencia sería negar buena parte de nuestra naturaleza humana.

Velásquez realiza una microcaptura en cámara rápida de la corta carrera de caballo que cumple uno de estos mudos ribeyrianos, y lo hace con el horror a extenderse que mencioné al comienzo de esta reseña. Es fácil percibir una generosa dosis de desprecio en la simplicidad y la crudeza de su lenguaje, aunque recubierta por una capa de indiferencia que nos recuerda, por partes, al languaje periodístico: el uso constante del tiempo presente, las oraciones cortas y aquel desparpajo con que suelta la oración que abre el relato: "Él solo escribe para llamar la atención".

Es tal el dominio con que describe Velásquez el estereotipo en mención, que de inmediato viene a mi mente la primera vez -también fue la última, por supuesto- que visité uno de aquellos lugares donde estos sujetos producidos en serie se reunen a adorarse mutuamente mientras las chicas se mantienen lo más lejos posible de ellos. De esta forma, El poeta estúpido funciona no solo como efectiva pieza de narrativa que gana por knockout, sino como escueto testimonio de las taras de las que adolece el ambiente literario. El gran mérito es, en mi opinión, haber cumplido con ambos objetivos en aproximadamente quince líneas, algo a lo que muchos hubiésemos destinado páginas y páginas de curiosos, aunque innecesarios dertalles. Velásquez ya dijo lo que tenía que decir: no necesita más, no quiere más y se calla. Fin.

Seamos testigos de otro de sus breves knockouts.


LA ASTUTA

Avaricia, malicia, soberbia, inteligencia; cuatro palabras clásicas que definían a la chica astuta. Una joven con clase, pero también con mucha locura. Los sábados eran sus fechas de aventuras interesantes para encontrar cosas entretenidas. Al llegar a los bares, comenzaba a deslizar su belleza para obtener todas las miradas de los idiotas. Mientras los idiotas derramaban baba, ella seguía buscando a su elegido. Ignoraba a aquellos que se comportaban como huevones, esos que insistían en seducirla y que terminaban siendo mandados al carajo por ella. Finalmente encuentra a su elegido. Un hombre de pocas palabras, pero de gran carácter. Comienzan a bailar sensualmente mientras sus miradas se cruzan, dando indicios de querer a ir a un hotel. Salen del bar con dirección al hospedaje para algo más. Llegan al cuarto para realizar el acto sexual de manera apasionada y excitante. Al terminar, la astuta le propone una cita para conocerse más, pero él le dice que esto ha sido su cita. La astuta se queda en shock, ya que nunca un hombre en su vida le había negado una salida. Molesta, le tira una bofetada y le pidió rabiosamente que se marche de la habitación. El elegido le dice que a veces no siempre se ganan premios, sino que también se pierden. La astuta se queda en un silencio incomodo, donde reflexiona lo mencionado por el elegido. Al abandonar el hotel, se promete alejarse de su mundo y comenzar a pensar mucho más ella. Después de todo, ya había ganado varias batallas y esta solo fue su primera derrota. Derrotada pero siempre orgullosa.

Chica sexy con zapatos rojos, por Daniel Sarciat.
Así como existen los antipoemas, yo me animaría a categorizar esta fugaz narración como un antirrelato. Poco es lo que cuenta y mucho es aquello que pasa ante nuestros ojos como las rápidas luces de una avenida. Se siente el olor a noche, decadencia y nuevamente nos sitúa Velásquez en el inframundo de los bares y la bohemia, acaso al lado del antro donde El poeta estúpido empezó a construir el ridículo final de su vida. La astuta, sin embargo, es avara, maliciosa, soberbia e inteligente. Tiene clase y es bonita: los hombres la miran idiotizados, mientras desliza su presencia a lo largo de aquel escaparate que son los puntos de encuentro donde seres solitarios -aunque muchas veces en compañía- caen con la esperanza de un cuerpo que les inyecte cierta emoción en las monótonas vidas: fin de semana tras fin de semana, alcohol y más alcohol, los mismos lugares de siempre. Acaso la belleza de La astuta logra romper con la rutina de aquella cárcel sin más barrotes que las adicciones para arrancar sonrisas como solo la estética es capaz de hacer cuando la encierra un cuerpo hermoso.

La violenta reacción de La astuta se debe a que jamás le había tocado ser la perdedora en aquel enfermizo juego donde dirige a sus hombres objeto con la batuta que le otorgan el poder de su atractivo físico y la seguridad en sus ensayados movimientos. Esta vez, sin embargo, no logró predecir todos los pasos de su presa, lo cual termina rompiéndole el ego en mil pedazos, ya que su otrora infalible trampa para osos se cierra en su propio tobillo. Caprichosa, arrogante y colérica, La astuta es también un estereotipo andante que podemos encontrar en nuestras calles si nos quedamos despiertos lo suficientemente tarde y nos aventuramos hacia aquellos lugares donde se congregan El poeta estúpido, astutas de diversa índole, de la misma forma que más personajes tan literarios como predecibles: el alcohólico bonachón que solo sonríe, la callada intelectual que luego sorprende con sus ímpetus, el alegre músico de guitarra y armónica. Es decir: los personajes recurrentes del Universo Walter.

Me pregunto si existirá algún límite en la creación de estos personajes y realidades. Me inclino a pensar que no: a manera de un videojuego de mundo abierto, los rostros y construcciones bien pueden seguir levantando una capital inspirada en Lima, donde incluso sus protolimeños habitantes -estúpidos y astutos- cuentan con una calle llamada Quilca y exhiben comportamientos dignos de quienes viven nadando en la paranoia, a la defensiva, apostando por ganar así sus victorias no tengan sentido alguno.

A su corta edad, Walter Velásquez ha comenzado a crear sus propios mundos y sus propios mudos. Yo le sugiero no detenerse.

viernes, 12 de julio de 2019

La poesía de Karina Medina

Cinco mujeres cantando, por Odd Nerdrum.
La poesía de Karina Medina es fácilmente reconocible por el perfume de mujer con que nos encierra. Si tuviésemos el olfato de Jean-Baptiste Grenouille -mutación que sí es posible desarrollar, al menos con los autores, mediante la lectura constante- dentro de este envolvente olor identificaríamos también el sudor, la sangre y las lágrimas, además de líquidos tan ajenos al cuerpo como lo son el perfume mismo, la sal marina, la carne cocinándose, la noche húmeda de nuestra capital, aquí donde se pierden las historias entre las ansias de escape, el romance y la intrascendencia. Cuando se vuelve citadina, leer a Medina puede ser también una de las pocas formas que existen de respirar el aire de Lima sin enfermarse.

¿Qué siente una mujer? ¿será verdad que la percepción de sus sentidos se parece muy poco a la de los hombres? Nunca lo sabré. Lo que sí puedo notar es que antiguas pero persistentes musas, tales como la mujer heroína, mujer ángel o santa guerrera se derriban aquí con la dulzura de quien entiende el feminismo como un derecho inalienable, una necesidad de gritar y una bella forma de adoración de la propia feminidad que no excluye por un segundo el amor hacia los hombres. Así, incluso en los versos de ira y dolor, la admiración por el sexo opuesto -su belleza, su encanto, su sola presencia- recubre las páginas y les da ese particular sonido a carta de amor que no solo producen los instrumentos amorosos.

De esta forma, el cello, el piano y la armónica son dulces aunque nos canten obituarios. En su libro Pavo Real (PBC Ediciones, 2018), nos encontramos con abrazos de bienvenida a este universo generalmente desconocido para quienes nos hallamos acostumbrados a la poesía masculina. "Si realmente quieres conocer a alguien, agárrate a golpes con él y observa como pelea" es algo que alguna vez oí, léi o tal vez soñé. "Para conocer a una persona, fíjate en qué clase de porno mira", me aconsejó una vez cierta amiga obsesionada con los temas de género. "Si quieres saber quién es quién, lee la poesía que escribe", parece ser el mandamiento a voces de los devotos lectores peruanos. Yo lo creo falso, ya que no concibo la literatura como una forma de desnudarse, al menos no al extremo de mostrar la verdadera cara de un ser humano en particular. Lo que sí nos muestra es al humano en sí, tal como nos puede ilustrar -solo si prestamos mucha atención- sobre mundos humanos tan ajenos al nuestro como podrían ser aquellos de los niños, los ancianos, los hombres, las mujeres, los neurotípicos, los neurodiversos, los heterosexuales y los LGBTs. Sí, todos los seres humanos somos fundamentalmente distintos, no importa cuántas veces se pretenda decir lo contrario. Pavo Real, si se toma como testimonio femenino, contribuye a esta propuesta y la deja tan clara que incluso quienes colocamos el estilo y el sonido por encima del mensaje terminamos aprendiendo un par de cosas, nos guste o no.


Karina Medina.

SOLOS
quiero seguir navegando en tu pecho
mirando el devenir en las velas
que el viento toma por cadera

aunque los muertos yacen en alta mar
42 vivos miran nuestro largo beso frente al cadáver de mi vientre
frente al funeral de la humanidad

mis dedos egoístas aprietan tu espalda
que suele cargar clavículas historias
omóplatos jorobas
pero cuando sobre ella cae mi caricia
se doma al caballo y el ocaso revienta

no sé
si la bestia que mora debajo del bote
decidirá salir por mí por nosotros por ellos por todos
a la larga por nadie
ya estamos muy solos
tejiendo espermas con la mano en la ingle
y la oscurana sincera

casualmente es de noche hace lunas
el sol fue tan solo una ilusión prematura
propia de la inmadurez de este amor
que se ha regocijado tan pronto
entre mis blancas piernas
imperturbable
no planeo alterar tu orden
quiero lanzarme contigo
océano piélago olas de mar
cuando todos duerman
cuando todos mueran
ponto sal inmensidad

Hombre y mujer, por Svetlana Bagdasaryan.


BUENOS AIRES
En Buenos Aires se quedó mi órgano red
Pisado roto destruido
caminé por Caminito
con la boca abierta en Boca
dejando mi lengua en cada feria
soltando trozos de mi vida
como quien lanza palomitas a las aves
En Buenos Aires vi un prop de un concierto de los Guns and Roses
que tocaban tres días después
del día en que yo volvería a Córdoba
y me llené de empanadas con choclo y soda
para calmar mi desesperación
En Buenos Aires se quedó mi chico
nunca más lo olí
los transeúntes tan hologramas
tan sin aroma
unas chicas me invitaron su tereré
vení nena tomá esto
sentate aquí no hay wacha
En Buenos Aires no respiré
vi a un hermano fumar
afuera del olimpo
un niño en su triciclo me atropelló en Barracas
ahora ya es un anciano
En Buenos Aires miré a Diego
beber a cada rato vino
se me hacía agua a la boca
porque a diario tenía más vida eterna
y yo morí
A Buenos Aires no fui a bailar con Gardel
fui a darle duro al zapato
para dejar de comer tres papas diarias
y no despertar sobre el colchón
con los sapos encima
bebí el mate con té de burro
y si me hostigaba le echaba café
En Buenos Aires se quedó mi falda tres cuartos
con la que andaba día y noche
todas las tardes en la terminal
copiándome los versos de Sabina
que se venían a la mente
mientras mordía pan criollo en cámara lenta
En Buenos Aires no recordaba a Pizarnik
si no me hubiera comprado todas sus antologías
pero terminé comprando muchos libros
de la segunda guerra mundial
y una señora me dijo negra
En Buenos Aires no da miedo el monstruo
este es tan hermoso como siete Limas
pero ahí las mujeres
no te miran de pie s a cabezas
en los baños públicos de los supermercados
el señor del kiosko pensaba que yo era porteña
yo le acaricié el hombro
soy peruana señor
pero nunca he ido al Cusco
En Buenos Aires amé me reproduje y perdí
Ayuné por Gianina
Para que ya no fumara marihuana
Me peleé con Paulina
Porque no quiso visitar al Che con nosotros
Y La Poderosa nos impactó en Altagracia
Y ella se lo perdió
En Buenos Aires corrí en el Lorca
Porque extrañaba Perú
pero ahora que estoy aquí
Quiero volver a ver al monstruo.

Terravienta o las fuerzas naturales de Christian Rafael

TERRAVIENTA nos da la bienvenida con estos versos, parte de una primera subdivisión dedicada a la percepción del temprano   amor mat...