jueves, 25 de julio de 2019

El lento caer de Iván Adrianzén



"A veces, solo a veces, te despiertas y lees los diarios. Subes al micro, escuchas la bulla, ves tus bolsillos y la realidad golpea en los sueños. Entonces, solo entonces, recurres a la máscara que dibuja una sonrisa irónica. El día es mío, esté contento o no. La vida llega cuando caminas y no cuando te quedas quieto. Lo digo yo, que tengo una piedra en el zapato; aun así, intento sonreír".

Es así que Iván Adrianzén nos da la bienvenida a su primera publicación, luego de una vida entera preparando, sin saberlo, el estilo que definiría su verso.

Dedicado a los quehaceres -hermosos, duros, absorventes- de quienes elegimos tener una familia, pasó más de cinco décadas alimentando al escritor, entonces anónimo, con las lecturas que aparecían en su camino. Es inevitable hallar, de la misma forma en que ciertas personas esenciales aparecen en nuestras vidas, libros que se volverán marcas personales por la fuerza con que nos embisten desde el papel y su imaginario. Cuando estos coinciden con épocas en que experimentamos en el mundo real sucesos y emociones de igual contundencia, hemos ganado una suerte costra que permanece como recuerdo imborrable. No importa, entonces, cuán felices seamos entregando nuestras vidas a nuestras familias, los estudios y el trabajo, la necesidad de escribir va dejando de ser la invitación a un hobby para convertirse en una frustración.

Para quienes apostamos por la seguridad en nuestra escala de prioridades, la creación artística suele comenzar como un divertimiento que escala a pasión y termina volviéndose la carrera que, acaso sin ser conscientes de ello, siempre deseamos y jamás se nos ocurrió colocar en el primer lugar de nuestras vidas. Y es que muchos preferimos postergar nuestro primer libro hasta el momento en que ya hemos cumplido con la mayoría de -o todas- nuestras obligaciones materiales. "La literatura no es para apurados" (Liliana Heker).

Adrianzén aborda el tema en poemas como Me dijeron crece.

Soledad, por Maryam.

ME DIJERON CRECE

Me dijeron crece,
y les hice caso.
Me dijeron estudia,
y les hice caso.
Me dijeron trabaja,
y les hice caso.

Dijeron
“Eres parte de todos,
no pienses por ti
no reclames,
duerme con una mujer,
ten hijos,
enséñales por igual,
edúcalos,
ten una casa,
cómprate un Ford,
adopta a un perro
y vive bien.”

Y otra vez les hice caso.

Pero no dijeron
“Sé feliz”
Eso lo aprendí por mí
cuando dejé de hacerles caso.


Iván Adrianzén.

Este lenguaje conciso se mantiene como una constante durante todo el poemario. Existe en él una batalla entre el mensaje y la musicalidad, ambos siempre midiéndose y cediendo terreno mutuamente en la obra de un poeta. Cuando encajan a la perfección, ya sea de forma orgánica o por arduo trabajo, es que obtenemos la lírica de Vallejo. Otros son, como definiría Enrique Verástegui a Martín Adán, duros. Si bien el sonido no deja de ser armonioso, el afán por plasmar deseos y mensajes en la botella parece ser tan poderoso que no resiste el compás de una canción: tiene que parecerse más al lenguaje del mundo real para fluir con naturalidad. Esos son ríos como Escrito a ciegas o La mano desasida, donde la música no viene de los violines, sino de la percusión. Es ésta la que podemos escuchar en El lento caer a la vida.

La danza del amor y el desamor, una a la que la especie humana ha elevado sus más elaboradas creaciones, se muestra aquí con ese mismo sonido claro y sin efecto alguno de distorsión musical. Haciendo uso de aquello que dejó la experiencia misma, -cuándo embelesó, cuánto dolió- se manifiesta en poemas como Diferentes, donde la simplicidad del ritmo de los versos cortos va dando forma a la canción hasta desembocar en un final tan duro en sonido como en significado: la soledad de un intérprete que recuerda con intensidad, tiene un reclamo en el corazón, así como cierta rabia y -a pesar de todo- conserva aún la esperanza de un amor a todas luces perdido.

DIFERENTES

No eres tú
soy yo
dijo.

Sucede siempre,
recuperan el yo
y se van.

A p r e n d o.

Los dramas
solo prolongan la tristeza.

Al final quedamos
mi inconsciente,
mi ego, mis versos y mi yo.

Juntos hacemos una banda.

Se fue sin mirar atrás,
sin mirarme a la cara,
sin un beso de despedida.

El café está frío,
la tostada negra.

No eres tú
soy yo
pienso

Desayuno,
aún no me despido.


Óleo de Kati Heck.
Encontré en este poema una declaración que encierra el sentir de Adrianzén, el mío y el de muchos escritores por la creación literaria, la razón por la cual persistimos en escribir a pesar de todo.

Los dramas solo prolongan la tristeza, pero aún no nos despedimos.

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